viernes, 23 de agosto de 2019

Chicas que escribían porque se fastidiaban

 “Como en la tragedia antigua soy Ifigenia; navegando estamos en plenos vientos adversos, y para salvar este barco del mundo que tripulado por no sé quien corre a saciar sus odios no sé adónde, es necesario que entregue en holocausto mi dócil cuerpo de esclava marcado con los hierros de muchos siglos de servidumbre”. 
Ifigenia, Teresa de la Parra 
A principios del siglo pasado, la escritora venezolana Teresa de la Parra (05/10/1889 - 23/4/1936) escribió una novela, modesta en su presentación pero revolucionaria en diversos aspectos, tanto por el tema como por el impacto que causó en su tiempo: Ifigenia, diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba.

La obra, publicada en 1924, se estructura en cuatro partes o capítulos: Una carta muy larga donde las cosas se cuentan como en las novelas, El balcón de Julieta, Hacia el puerto de Áulide e Ifigenia. La trama, expuesta a través de epístolas a su amiga Cristina, plantea además reflexiones acerca de las circunstancias que le toca encarar a la joven caraqueña María Eugenia Alonso, quien criada en Europa sin madre y tras la muerte de su padre, debe regresar desde París a la capital venezolana. Allí descubre su verdadera situación personal, sin dinero ni posesiones, a pesar de la buena posición económica de la cual gozaban sus padres.

María Eugenia poco a poco va asimilando las circunstancias que le toca enfrentar junto a su Abuelita y su tía Clara. La necesidad de un “buen matrimonio” se presenta como una alternativa salvadora, siempre y cuando deje a un lado su vivaz personalidad para plegarse a lo que la conservadora sociedad de la época le ha asignado como rol femenino.

Como guardianas de lo establecido, Abuelita y tía Clara se encargarán de establecer límites a María Eugenia, al igual que tío Eduardo y su esposa, María Antonia. Como contraparte, el bohemio tío Pancho se convierte en su apoyo moral, junto a Mercedes Galindo, una refinada dama de sociedad, educada como ella en Europa, pero que no es precisamente bien vista debido a sus actitudes liberales. Son ellos quienes le presentan a Gabriel Olmedo y entre los jóvenes se establece una conexión romántica que se romperá debido al matrimonio por conveniencia de este con la hija de un ministro. María Eugenia, presionada por su familia, se ve comprometida con César Leal, un rico pretendiente de la alta sociedad caraqueña, aún más conservador.

Ese será el camino al sacrificio en honor al “dios de todos los hombres en el cual yo no creo y del cual nada espero. Deidad terrible y ancestral; dios milenario de siete cabezas que llaman sociedad, familia, honor, religión, moral, deber; convenciones, principios. ¡Divinidad omnipotente que tiene por cuerpo el egoísmo feroz de los hombres; insaciable Moloch, sediento de sangre virgen en cuyo sagrado altar se inmolan a millares las doncellas...!”.

Ifigenia es, en síntesis, el drama de la mujer frente a una sociedad represora, tal como era la Caracas de finales del siglo XIX e inicios del XX, en la que la mujer no podía expresar sus propias ideas y se le consideraba un apéndice del hombre, a quien debía honrar y servir.

Teresa de la Parra
Hay un evidente conflicto entre la mentalidad de jóvenes como María Eugenia Alonso, deseosas de vivir según los dictados de un nuevo orden que se vislumbra en otros países, lejos de tales prejuicios y costumbres que solo limitan a la mujer en su realización personal; y quienes representan ―y preservan― las costumbres y normas de una época que lamentablemente en ese momento no terminaba de dar paso a la modernidad. Tal como en la tragedia griega en la cual se inspira ligeramente la escritora, María Eugenia es la doncella entregada al sacrificio.

Adicionalmente hay que considerar que en aquel momento, en Venezuela estaba instaurada la dictadura del General Juan Vicente Gómez, lo que añadía más represión a  la ya existente debido a las convenciones sociales. Es algo que en la novela no se desarrolla explícitamente, pero que se hace evidente por el contexto histórico que enmarca el argumento.

Teresa de la Parra, cuyo verdadero nombre era Ana Teresa Parra Sanojo, se identificaba en muchos aspectos con la protagonista de su historia. Tal como María Eugenia Alonso, ella venía de Europa con ideas modernistas a socavar los férreos principios que regían la moral de la época. Por ello, no es de extrañar que la historia de Ifigenia fuese recibida con recelo por la conservadora sociedad caraqueña, la cual rechazó su planteamiento modernista. No gustaron sus observaciones negativas acerca de la sofocante atmósfera en ese entorno que se creía cosmopolita, pero que en realidad exudaba aún aires provincianos.  A pesar de las críticas, la novela participó en un concurso literario en París, auspiciado por el Instituto Hispanoamericano de la Cultura Francesa, y obtuvo el primer premio. Al poco tiempo, fue traducida al francés por Francisco de Miomandre.

Ya en la década de los 50, Ifigenia fue representada en la naciente televisión venezolana a través de Radio Caracas Televisión, con Peggy Walker en el rol estelar. En 1979, Venezolana de Televisión decidió llevar nuevamente la historia a la pequeña pantalla.

En ese preciso año, la hoy reconocida escritora Valentina Párraga apenas estaba comenzando su carrera profesional en Venezolana de Televisión. Sin embargo, recuerda esta producción dramática con nostalgia: «La productora fue Nardy Fernández, que en paz descanse; y el director, José Antonio Ferrara. Los escritores fueron Salvador Garmendia, Mariela Romero y Norberto Díaz Granados, ellos se encargaron de hacer esta serie, porque realmente no fue una novela. En ese momento se instauraron en canal 8 las novelas de 22 capítulos. Entonces fue una joyita que se hizo casi toda en estudio, porque no había presupuesto para hacer exteriores, aunque sí se hicieron algunas cosas. Fue un primer intento cuando el cambio de gobierno de los copeyanos y Luis Herrera Campins, se empezaron a hacer una serie de novelas culturales sacadas de nuestra literatura».

Ifigenia fue una versión bastante apegada al libro original de Teresa de la Parra. La elección de los responsables de trasladar la trama escrita en forma epistolar al formato televisivo no pudo ser mejor: Garmendia era un reconocido escritor, quien en la televisión criolla había colaborado con José Ignacio Cabrujas para el desarrollo de la llamada Telenovela Cultural, entre ellas La hija de Juana Crespo (1977). Por su parte, Mariela Romero, sobrina del músico Aldemaro Romero, ya contaba en su haber la exitosa obra teatral El Juego; y Norberto Díaz Granados, libretista de origen colombiano,  había sido autor de telenovelas como Tuya para siempre (1974), con Pierina España, y El Regreso (1976), con Rebeca González y Elio Rubens, en la época de CVTV.

T
Leopoldo Regnault como Gabriel Olmedo
al como lo refirió Párraga, en esa época el presidente de la República, Luis Herrera Campins, impulsaba una serie de transformaciones en la programación de las televisoras tanto estatales como privadas, lo cual implicaba cambios de horarios y acortamiento de las historias a no más de 60 capítulos, así como una serie de restricciones en cuanto a temáticas, participación de menores, prohibición de cuñas de bebidas alcohólicas y de cigarrillos, al igual que mostrar a personajes de los dramáticos fumando o ingiriendo alcohol.

Venezolana de Televisión venía de un proceso lento de transición e incorporaba paulatinamente más talento vivo en series dramáticas, muchas de ellas de corte histórico, ya fuera recreación de clásicos de la dramaturgia mundial o novelas nacionales de renombre. Entre ellas se encontraban Páez, con Rebeca González y Gustavo Rodríguez; al igual que Ana Isabel, una niña decente, con Rebeca González.

Amanda Gutiérrez como María Eugenia
La pareja protagonista de Ifigenia fue interpretada por Amanda Gutiérrez y Leopoldo Regnault. La elección de Amanda resultó bastante acertada, pues logró captar la esencia del personaje a pesar de su poca experiencia —con apenas 24 años para ese momento, su debut en televisión había sido en RCTV, en la comedia A millón, muchachos a mediados de los 70,  y luego interpretó roles secundarios en las telenovelas Sabrina y Carolina, ambas de 1976—. Ella recuerda que cuando hizo la novela se identificaba con el papel. "Yo sentía -y mi familia me lo decía- que me parecía muchísimo a María Eugenia. Era rebelde. Creo que el personaje se adaptó a mí o yo al personaje. Además, tuve la ayuda de mi mamá, que me mostró fotos de ella cuando era joven y me enseñó cómo se comportaba una muchacha de esa época", contó a Sonniberth Jiménez, periodista de El Universal.
En esa ocasión señaló su visión del personaje: "Nosotros éramos muy conservadores y María Eugenia Alonso venía con actitudes adelantadas a su época, salía sola y daba a conocer sus opiniones. Y se atrevía a protestar contra la dictadura, cosa que las mujeres de aquella época no acostumbraban porque era muy mal visto".

En una entrevista realizada por su hermana, la periodista Eva Gutiérrez, Amanda recordó sus inicios en la televisión:


Fuente: Canal YouTube Telenovela La Dueña
Orángel Delfín y Leopoldo Regnault
El elenco reunió a varios actores y actrices de gran trayectoria, entre quienes figuraban Belén Díaz como Mercedes Galindo, un rol que ella interpretó con una elegancia y delicadeza tal que lo hacía entrañable; Orángel Delfín como tío Pancho se lució con su vivaz aspecto bonachón, mientras que Berta Moncayo destacó al lograr transmitir dentro de lo severo de la personalidad de Abuelita su cariño hacia María Eugenia. Chela Atencio reveló como Tía Clara sus excelentes dotes interpretativas en una de sus pocas apariciones en la televisión, lejos de las tablas donde era una reconocida actriz. El villano de la historia era César Leal, el hombre con quien querían casar a María Eugenia, encarnado por el primer actor José Torres, cuyo rol de villano “encubierto” bajo las atenciones que prodigaba a la protagonista le calzaban totalmente. También figuraban en el elenco Ana Castell, Dilia Waikarán, Guillermo Montiel, Carmen Palma, Ricardo (Sixto) Blanco, José Poveda, Eva Mondolfi y César Castillo.

El tema musical de entrada, el vals Kiki, fue compuesto por Francisco Gatorno y dio un toque nostálgico insuperable a la producción dramática. En el video, podemos disfrutar de Gattorno tocando esta pieza gratamente recordada:


Fuente: Canal YouTube de Federico Gattorno
La historia estaba ambientada en la época gomecista, así que el cuidado en la ambientación se trató de lograr a pesar de lo limitado del presupuesto. Las escenas de la llegada de María Eugenia, por ejemplo, se grabaron en el tren de El Encanto. De igual manera, se exigía conocimiento de las modas de la época. En ese sentido, la belleza de Amanda resplandeció con el vestuario de José Salas, de quien dice la actriz que se asesoró muy bien con personas que habían vivido en la Caracas de los años 20, así como con fotografías de la moda en Europa de aquel momento.

“María Eugenia Alonso debía despertar mucha envidia con su ropa, pues llegaba a Venezuela de un contexto más progresista. Por ejemplo, usaba escotes más atrevidos”, apuntaba Amanda en una entrevista concedida a Todo en Domingo en noviembre de 2008, a propósito del estreno de una versión muy libre de Ifigenia, cuya autoría es de Martin Hahn. Se trataba de Nadie me dirá como quererte, con Marianela González.

A mediados de los 80, María Eugenia Martín estelarizó la
versión cinematográfica de Ifigenia
Ya María Eugenia Martín, a los 18 años, se había transfigurado en el personaje al momento de su debut artístico para la película que había realizado Iván Feo en 1986, con un esmerado cuidado en cuanto a la ambientación y el vestuario, si bien los resultados de taquilla no fueron los esperados. Lo cierto es que el espíritu libre de una jovencita que escribía para no aburrirse ha tomado cuerpo en algunas de las mejores y más hermosas actrices que ha tenido la escena nacional. Lo curioso es que ninguna de ellas en la vida real han sido mujeres sumisas o convencionales, sino que por el contrario se han distinguido por su espíritu aguerrido, muchas veces en contracorriente con los cánones impuestos por su propio entorno personal y profesional. Igual que María Eugenia Alonso.

Fuentes consultadas:
Jiménez, Soniberth. Las tres caras de "Ifigenia". El Universal, 27/07/2008
Correia, Alexis. Tres señoritas de un chic incomparables. Todo en Domingo 473, El Nacional,09/11/2008.

jueves, 31 de enero de 2019

Javier Zapata: un ángel terrible...y vulnerable

“No uso técnicas de actuación, solo actúo”
Arturo Calderón y Javier Zapata en La oveja
negra
. Fuente: revista Encuadre.
La primera vez que vi a Javier Zapata en el cine fue en La oveja negra (1987), su debut en la gran pantalla. En esta cinta evidenciaba una característica común en varios de los personajes que le tocaría interpretar durante su trayectoria: una pasión casi animal, un temperamento desbordado, brutal, que los conducía a la destrucción.

No obstante, eso no lo percibí en ese momento cuando me pregunté: “¿Quién es este actor?”. Nunca lo había visto en televisión, mucho menos en teatro, donde había desarrollado gran parte de su carrera artística durante la década de los 80. Sin embargo, era obvio que tenía cierto magnetismo que le hacía único. Cuando aparecía en pantalla, no le podías quitar la vista a su presencia. Su atractivo no se ajustaba al del típico galán, sino más bien poseía cierto aire tosco, alejado de los patrones clásicos: labios gruesos; ojos oscuros, pequeños y penetrantes; nariz pequeña y bien perfilada; cabello oscuro; contextura delgada pero atlética. Cinco años después, el que había despuntado como una de las promesas de la actuación en la escena venezolana fallecía con apenas 32 años y un cúmulo de sueños inconclusos.
Javier Zapata
El pasado 28 de noviembre de 2018 se cumplieron 25 años de su desaparición física y hoy, cuando su nombre se hace esquivo en la memoria de muchos espectadores, le recordamos por el valioso aporte que brindó a la dramaturgia local.

Javier nació el 13 de abril de 1961. Hasta los 14 años vivió en el Pasaje Sevilla de la parroquia San José, en Caracas, donde junto a su familia enfrentó una situación económica bastante precaria. Esas vivencias en la miseria le hicieron una persona bastante terrenal, franco, sin poses ni divismo, pero también con un carácter que él mismo calificaba como difícil. “No soy dócil, pero tampoco soy peleón”, le confesó al periodista Juan Antonio González, en una de las últimas entrevistas que ofreciera antes de su fallecimiento (1). Es en sus propias palabras cómo conocemos de sus grandes esfuerzos por lograr destacar en la actuación, un oficio al cual se dedicó con gran fervor porque lo sentía una necesidad.

Se había graduado de técnico medio y superior en Química, profesión que le permitió trabajar como analista químico en Laboratorios Sandoz durante dos años. Sin embargo, antes de concluir sus estudios, ya Javier tenía un interés latente en actuar, vocación que descubrió al interpretar —simbologías aparte— a Jesús: “Como yo formaba parte del coro de los Salesianos y tenía el cabello largo, una Semana Santa me pidieron que hiciera el papel de Cristo. Lo hice y por primera vez sentí esa vanidad que viene de los aplausos.”(2)

Javier como actor invitado de la
Compañía Nacional de Teatro en
1987. Fuente: CNT
Luego participaría en otros montajes como Canción de Navidad, de Charles Dickens; El avaro, de Moliere; y una reposición de la vida de Cristo, que le había servido como debut en la actuación. En el ánimo de concretar sus anhelos de convertirse en actor, audicionó para ingresar a la Escuela de Teatro Juana Sujo, donde obtuvo una de las dos becas de estudio con duración de un año ofrecidas por esta institución. Para él, “aquello era un palacio. La gloria. Y quería ser actor, no por vanidad, sino por necesidad”. El resto de su formación lo pagó con su salario en el laboratorio.

En esos tiempos, Javier trataba de aprender todo lo que podía de la profesión: realizó un taller de actuación con el Grupo Experimental del Estado Miranda Armando Urbina e ingresó al grupo Thespis (luego rebautizado como Thalía), en el que su primera presentación fue La fiesta de los colores, con un sueldo de 50 bolívares. Allí continuaría su formación con un taller de creatividad y maquillaje e intervino en la pieza Amalivaca. Una fábula.

Sin embargo, su verdadera proyección como intérprete vendría con su ingreso al Taller Nacional de Teatro, del grupo Rajatabla. Ya que se requería una inmersión total, pues las clases eran de día y de noche, debió abandonar su trabajo en el laboratorio y gracias al apoyo de una tía y su padre pudo sobrevivir. A los tres meses, Javier debutaba en la obra Macbeth (1984), de William Shakespeare, dirigida por el recordado director argentino Carlos Giménez.

Javier y Jorge Luis Morales en Memory.
Foto: Miguel Gracia.
Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com
En los 80, Giménez se había convertido en uno de los directores y gerentes culturales de mayor renombre en Venezuela, gracias a su labor en Rajatabla y a la creación del Festival Internacional de Teatro en Caracas. En su grupo teatral se encontraba un nutrido contingente de intérpretes extraordinarios que incluía a Cosme Cortázar, Aníbal Grunn, Alexander Milic, Pilar Romero, María Angélica Dávila, Ángel Acosta, Guillermo Dávila, Esther Plaza, entre otros grandes nombres, y a ese selecto grupo ingresaba Javier.

Todo ocurría muy rápido, reconocería Zapata al periodista Juan Antonio González (3), pero también demandaba mucho esfuerzo. Allí conoció a varios de los que posteriormente se convertirían en revelación dramática para el medio, entre quienes figuraba Jorge Luis Morales, uno de sus amigos más cercanos: “Nos identificábamos porque éramos contemporáneos, además de que trabajamos juntos los cuatro años que estuvimos ahí. Era una persona especialísima, siempre estaba rodeado de amigos, como un ángel”.

Pilar Romero y Javier en La honesta persona de Sechuan.
Foto: Miguel Gracia. Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com
Con Rajatabla y bajo la dirección de Giménez, Zapata intervino en los montajes El pasajero del último vagón (1984), de Pilar Romero; Memory (1985), con textos de  Federico García Lorca y Whalt Whitman; La vida es sueño (1985), de  Pedro Calderón de la Barca; y Ramón Terra Nostra (1985), de Pilar Romero, Aníbal Grunn y Ramón Quijada.

Su debut protagónico lo hizo con La honesta persona de Sechuan (1985), de Bertold Brecht, junto a Pilar Romero y Jorge Luis Morales. Luego le sucederían Abigaíl (1986), de Andrés Eloy Blanco; Historia de un caballo (1986), de Leon Tolstoi; y La Celestina (1987), adaptación de la obra de Fernando de Rojas, donde su personaje de Calisto se revistió de gran erotismo, aunque los mayores honores se los llevó Milic.

Aníbal Grunn y Javier Zapata como Calisto en La Celestina. Foto: Miguel Gracia. Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com

Javier en Historia de un caballo. Foto: Miguel Gracia.
Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com
El actor y modelo Ángel Acosta, quien formó parte de Rajatabla en esos años, coincidió con él durante el montaje de Historia de un caballo, “donde fue uno de los caballos en ese maravilloso trabajo de Carlos Giménez. Javier era un ser extraordinario, muy querido por mí; compartimos mucho en el Café Rajatabla, el lugar de encuentro de todos esos muchachos que estaban iniciándose en el teatro. Después se desarrolló como un actor realmente fuera de lo común…”

En 1989 recibió el Premio Municipal de Teatro por su actuación en Casas Muertas, pieza basada en la novela de Miguel Otero Silva, con un elenco coral donde destacó también Elba Escobar. Fuenteovejuna (1990), de Calderón de la Barca, coproducción con el Festival de Spoleto (Italia) y la Compañía Nacional de Teatro, fue su despedida de la agrupación como miembro estable.  Luego de cuatro años, Javier decidió irse en la búsqueda de otros horizontes creativos.

Dora Mazzone, Lupe Gehrenbeck, Aníbal Grunn, Gerardo Luongo, José Tejera, Pedro Pineda, Francis Rueda, Javier Zapata y Otto Rodríguez en Fuenteovejuna. Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com

Paralelamente, el cine empezó a despertar su interés como medio de expresión. Entre los años 1985 y 1986, el joven actor audicionó para un personaje en La oveja negra (1987), donde resultó seleccionado. No obstante, rápido comprendió que su formación teatral no era suficiente para lo que exigía este medio y fue Román Chalbaud quien se convertiría en su mentor: “Al principio me sentía como pez fuera del agua… Román me decía que hablara con los ojos, que no gritara. Creo que la unión que hay entre la gente de cine me sirvió mucho y como eso no existía en teatro, yo quería hacer cine. Sí, en el teatro la gente trabaja en función de su papel, cada quien en el suyo, y con lo difícil que es hacer teatro aquí, la gente se pone a la defensiva siempre. Hay personas muy importantes, pero también mucho egoísmo”.

Frank Ramírez y Javier Zapata en Río Negro.
Para finales de la década de los 80, el cineasta Atahualpa Lichy preparaba su opera prima, lo que en sus propias palabras fue definido como un western amazónico: Río Negro (1990). Este drama se encontraba ambientado en el San Fernando de Atabapo de 1912 para recrear la lucha por el poder en Venezuela, con el violento personaje de Tomás de Funes como centro de la acción.

Rodada en las márgenes del Orinoco, la cinta demandó que Javier junto al resto del equipo técnico y artístico estuviese internado en la selva tres meses. El elenco internacional reunía a destacadas figuras como el colombiano Frank Ramírez, la española Ángela Molina, el venezolano Daniel Alvarado, entre otros actores criollos venidos de las tablas. “Muchos de los actores de la película, los venezolanos en particular, los había visto en el teatro. Voy mucho al teatro. El que hace Gilberto, Amado Zambrano; Javier Zapata, Alexander Milic, Armando Gota, Julie Restifo, provienen de allí. En la escogencia privó que fueran buenos actores y después por el físico; como es una película de enfrentamientos, había que creer en esos enfrentamientos”, acotaba Lichy a la revista Encuadre en 1990. Reconocía que las dificultades vinieron con el personaje de Gonzalito, por cuanto había pasado mucho tiempo tratando de filmarla y él que era joven hace cinco años, al momento de filmarla ya no lo era. Pero la escogencia de Javier para ese rol fue acertada.


Javier Zapata y Frank Ramírez en Río Negro. Fuente canal Youtube Atahualpa Lichy

Su actuación fue reconocida con el Premio Municipal de Cine en 1991 y le hizo merecedor del premio al Mejor Actor de Reparto en el Festival de Cine de Huelva, así como por la ANAC, un mérito destacable si consideramos la presencia de un gigante de la interpretación como Frank Ramírez, quien se hacía el dueño absoluto de las escenas donde aparecía. La película fue exhibida en varios festivales internacionales, entre ellos Toronto, Montreal, San Sebastián, Londres, Biarritz, San Juan de Puerto Rico, Huelva, La Habana, Madras, Brujas, Cartagena de Indias, Hong Kong, Los Ángeles, Munich, Festival de la OEA (Washington) y Cannes. Sin embargo, pese a sus notables virtudes —que la han ido revalorizando con los años— fue la gran ignorada por el jurado del V Festival del Cine Nacional Mérida’90, a juicio de Juan Antonio González “por el provincialismo que nada bueno le aporta a una confrontación como la bienal” (Encuadre No. 28, 1991).

Fuente: www.circomelies.com
Javier consideraba a Román Chalbaud como un padre: “Es el hombre más humilde y bonachón que he conocido. Las cosas del cine las aprendí con él. Somos muy buenos amigos”. Así que no fue de extrañar que a su regreso de la selva, este lo llamara nuevamente para que protagonizase su film número 16, Cuchillos de fuego, junto a Marisela Berti, Miguelángel Landa, Dora Mazzone, Charles Barry, Jonathan Montenegro, Pedro Lander y Gabriel Fernández.

Estrenada el 12 de abril de 1990, la película se basaba en la obra teatral Todo bicho de uña, con guion de David Suárez y del propio director. Fue rodada en Valera, La Guajira y Caracas; el argumento se centraba en la venganza del crimen de su madre por parte de un niño que, asimilado a un circo ambulante miserable, va organizando el encuentro con el criminal. Su actuación como El Chaure le hizo merecedor del Premio Municipal de Cine en 1990; sin embargo, la cinta recibió una tibia acogida por parte de la crítica y del mismo público, distinta a la que en su momento obtuviera La oveja negra, y hoy es considerada una obra menor dentro de la filmografía de Chalbaud.  En el video la primera parte de la película:


 Fuente: canal Youtube de Jonathan Montenegro

Javier Zapata y Ruddy Rodríguez en Brigada Central 2.
Fuente: Andrei Schkarin
A pesar de todos sus progresos, Javier todavía no había logrado entrar de lleno en la televisión, un medio que no le interesaba a pesar de la gran difusión que brindaba a sus intérpretes, pues en su opinión se hacía porque da dinero, “pero como estoy bien, no me he visto en la necesidad de ir a los canales a buscar trabajo. Eso llega solo, al igual que el teatro y el cine”. A pesar de esa opinión, trabajó en el unitario Sola, de RCTV, junto a Mimí Lazo, así como en Brigada Central 2: La guerra blanca (1992), coproducción entre Francia, España y Venezuela, protagonizada por Imanol Arias. Allí participó en el capítulo Érase una vez dos polis, donde encarnó al personaje de Tacho Valdéz acompañado de Ruddy Rodríguez.

En el ámbito teatral, Javier estaba expandiendo sus horizontes creativos al formar parte de lo que él llamaba la Doble A, Actores Actuando, una compañía teatral creada en octubre de 1991 por Alexander Milic, Miguel Ferrari, Alicia Plaza, Alexander Rodríguez, Dalila Colombo, Jorge Luis Morales, Eva Moreno y él.  Como homenaje a los 60 años de Chalbaud, la agrupación organizó una muestra de sus películas y el montaje de Los ángeles terribles, bajo la dirección de Enrique Salazar.

Para mediados de mayo de 1992, la agrupación presentó La muerte de un vendedor, basada en la pieza de Arthur Miller La muerte de un viajante, en versión de Néstor Caballero y dirección de Daniel Farías. Zapata era el productor, como parte del autoaprendizaje al que se enfrentaba cada integrante de la AA al rotar sus responsabilidades.

Estaba en un buen momento profesional y personal. Consultado acerca de cómo se veía, señaló que la actuación “me ha abierto los poros. Ahora absorbo más las cosas, lloro más, soy más sensible, menos malo y mucho más feliz. Reconozco que tengo un carácter difícil, pero no como antes.” Javier hacía un balance con la distancia que ofrece el tiempo, luego de experimentar una de las más amargas experiencias vividas en sus cortos años de vida y que había tenido como protagonista a su gran amigo, Jorge Luis Morales.

Jorge Luis Morales y Javier Zapata en Memory. Foto: Miguel Gracia.
Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com
En 1991, este murió de una neumonía mientras rodaba una escena para la telenovela El desprecio, donde actuaba junto a Flor Núñez, Flavio Caballero y Maricarmen Regueiro. Su rol como hijo de Pastora Lara Portillo (Núñez) se había llevado los mayores elogios, pero de repente su situación de salud se complicó y falleció de imprevisto, con lo cual se desató el secreto que había guardado celosamente. Se conoció a través de los medios que padecía del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida y una ola de especulaciones corrió de manera maliciosa en la prensa de farándula. El tratamiento estigmatizante que se le dio a la muerte de Morales produjo secuelas que salpicaron a Zapata, como contaría a González en la entrevista citada:

El final de El Chaure en Cuchillos de fuego resultó alegórico
con respecto al trato que dieron los medios a la enfermedad
de Javier. Fuente: revista Encuadre
“Cuando una amiga me llamó de noche para decirme que en el (diario) 2001 del día siguiente iba a salir en primera página la información de que yo me iba a suicidar porque había sido amigo íntimo de Jorge Luis, al principio me desesperé, pero luego sentí asco. Todo era una vil mentira para vender el periódico. La información salió y los primeros afectados fueron mis padres y familiares…Tuve que hacer aclaratorias en otros periódicos y en televisión, ya que mi carrera estaba en juego. A ese diario no le importó para nada ni Jorge Luis ni lo que él había hecho por el teatro. Solo quería escudriñar para vender su muerte”.

En esa conversación, Zapata destacaba su visión particular del oficio del actor: “El artista no puede seguir siendo visto como una loca, metido en bacanales, orgías y esas cosas. El actor es uno de los profesionales que más trabaja, a pesar de lo efímero de su trabajo. Muchas veces tenemos que olvidar familia, amigos y hasta vida privada”.

Para el momento de la conversación, en mayo de 1992, Javier vivía en La Candelaria. Confesaba que para él, la soledad era símbolo de libertad, por eso cuando no estaba trabajando se encontraba en su casa leyendo, o en El Ávila, o cuidándose una alergia que se negaba a controlar con medicamentos para evitar dependencia, o visitaba a su perro Tao, el cual había enviado a Maturín debido a su problema alérgico. Tenía entre manos trabajar en un unitario con Chalbaud y otro con César Bolívar, donde encarnaría a un villano. Desconocemos el destino de tales proyectos.

Javier en La oveja negra, de Chalbaud, Fuente: Andrei Schkarin
Lamentablemente, Javier sí era portador del VIH, el cual desarrolló la enfermedad pocos meses después. Obligado por su condición de salud, se retiró del medio artístico hasta que un año después se dio a conocer su fallecimiento, ocurrido el 28 de noviembre de 1993. Fue sepultado el martes 30 de noviembre de ese año, nueve meses después de que Carlos Giménez, el extraordinario director teatral que guió sus primeros pasos en el teatro, también se hubiese despedido de este mundo a causa del en aquel entonces mortal padecimiento.

Cinco lustros después, el nombre de Javier Zapata casi se ha desvanecido. Cabe imaginar todo lo que su talento le hubiese permitido alcanzar si el destino hubiese sido más benévolo, aunque él fue muy claro al expresar que “en lugar de dinero, prefiero estar en paz conmigo mismo”. Así es preferible recordarlo, como a los antiguos semidioses del Olimpo: siempre joven, lleno de luz, íntegro.

Fuentes consultadas
(1) González, Juan Antonio (1992). Los ángeles de Javier Zapata. La Revista de Caracas, Año 1, No. 42, domingo 31/05/1992, pp. 13-15.
(2) Ibídem.
(3) Ibídem.
Encuadre, revista de cine y fotografía, No. 23, marzo abril 1990. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, Venezuela.
Encuadre, revista de cine y fotografía, No. 24, mayo junio 1990. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, Venezuela.
Encuadre, revista de cine y fotografía, No. 28, enero febrero 1991. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, Venezuela.
Encuadre, revista de cine y fotografía, No. 30, mayo junio 1991. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, Venezuela.
Iriart, Viviana Marcela (2016). ¡Bravo, Carlos Giménez! Blog http://bravocarlosgimenez.blogspot.com

miércoles, 16 de enero de 2019

Ilustres cadáveres

Judy Garland, inolvidable Dorothy
Londres, París, Los Ángeles…el sitio no importa cuando la muerte llega. A veces te encuentra en el sitio más inesperado. Lo cierto es que, con frecuencia, algunos acuden a la cita fatal a destiempo, si bien cada ladrillo del camino advertía la colisión inexorable. Otros, por el contrario, se encuentran en el lugar equivocado solo para descubrir al final que su destino ya había sido marcado sin que ellos lo supieran.

En el primer grupo se encuentra Judy Garland. El cine hollywoodense vio transformarse a la inocente Frances Ethel Gumm, miembro de un grupo de vaudeville junto a sus hermanas, primero en revelación infantil, luego en prometedora estrella adolescente y finalmente en consagrada actriz de los géneros musical y drama, donde brilló en títulos como El mago de Oz (1939), la serie de Andy Hardy (1938-1941), Cita en Saint Louis (1944), El reloj (1945), Repertorio de verano (1950), Nace una estrella (1954) y El juicio de Nüremberg (1961).  

Judy en su legendario número en Summer Stock.
Sin embargo, la leyenda de Garland ha sido alimentada con la tragedia personal de esta extraordinaria intérprete, cuya vida fue signada por los fracasos amorosos y la inmisericorde explotación por parte del régimen  de Hollywood y de la Metro Goldwin Mayer, especialmente del todopoderoso Louis B. Mayer, quien suministraba una constante dosis de fármacos que ella tenía que consumir para aguantar el exagerado ritmo de trabajo y evitar su tendencia al sobrepeso. Tal dependencia la llevaría a profundizar sus trastornos mentales y la condujo a padecer de anorexia, alcoholismo, drogadicción y a una lucha continua por superar su carácter inseguro.

La diminuta Judy —apenas medía 1,51 mts.— aseguraría en alguna entrevista: “Siempre estuve sola. La única vez que me sentí aceptada o deseada fue cuando estuve en el escenario actuando. Supongo que el escenario era mi único amigo: el único lugar donde me podía sentir cómoda. Era el único lugar donde me sentía igual y segura."

Mickey Dean y Judy Garland. Fuente: Express
El 22 de junio de 1969 fue encontrada muerta en el baño del apartamento que compartía en Londres con su quinto esposo, Mickey Dean. Preocupado al despertar y no encontrarla, este se dirigió instintivamente a la sala sanitaria, la cual encontró cerrada. El hombre salió de la casa, escaló a la ventana y desde allí divisó su cuerpo inerte, ya en rigor mortis, con la cabeza caída sobre su pecho y sentada en el inodoro.

Si bien su defunción se produjo por una sobredosis de barbitúricos, la versión oficial la atribuyó a un paro cardíaco accidental. A su funeral, realizado el 27 de junio de ese año, asistieron más de 20.000 personas, quienes permanecieron en el lugar durante horas para poder despedir los restos embalsamados de su ídolo.

La cultura popular ha querido enlazar la muerte de Garland con la lucha por los derechos de los homosexuales —sus eternos fanáticos— a través de los sucesos ocurridos un día después del deceso de la estrella. En esa fecha, un grupo de sus seguidores se encontraban en un bar de ambiente neoyorquino escuchando las canciones de Judy, de quien se sentían conmovidos deudos. Cuando los policías entraron en el local, el Stonewall Inn, para efectuar una de sus abusivas redadas, estos clientes enfrentaron a las autoridades y dieron inicio a violentas y espontáneas manifestaciones. La confrontación ha sido considerada el inicio de los movimientos reinvidicativos de los grupos LGBT, en los que Judy tal vez sirve como telón de fondo musical pero no detonante como se le quiere hacer ver. De esto hacen ya cinco décadas, pero solo es uno de los hechos llamativos, cuando no perturbadores, registrados en ese fatídico año.

Sharon Tate. Fuente: Independent.ie
En el segundo grupo de las víctimas del destino se encuentra una modelo y actriz, ícono de los años 60, quien se convertiría en referencia no precisamente por su talento. Se trata de Sharon Tate. El 9 de agosto de 1969 los seguidores de Charles Manson ingresaron subrepticiamente en el 10050 de Cielo Drive, en Beverly Hills, para asesinar con saña e inusitada violencia  a un grupo de celebrities  entre quienes estaban Jay Sebring, Abigail Folger, Steven Parent, Vyteck Frytowski y Tate, apuñalada 16 veces apenas a dos semanas de alumbrar a su primogénito. El caso se convirtió en uno de los más sangrientos que se recuerden, donde las drogas, las sectas satánicas y el movimiento hippie cobraron relevancia como elementos del espeluznante rompecabezas.

Un embarazo interrumpido.
Sharon despuntaba en la escena cinematográfica como una prometedora estrella en ciernes, gracias a su belleza y a su intervención en las cintas El baile de los vampiros, donde conoció a Roman Polanski; y en El Valle de las Muñecas, versión del bestseller de Jacqueline Susan. Sin embargo, su vida personal no fue precisamente un cuento de hadas. Según Ed Sanders, su biógrafo en el libro “Sharon Tate: A life”, después de haber ganado importantes concursos de belleza, fue víctima de una violación por parte de un soldado que la pretendía. Esto marcó lo que sería el inicio de muchos complejos o inseguridades en su persona. Padeció una relación extremadamente violenta con el actor francés Phillipe Forquet y su matrimonio con Roman, a quien conquistó durante su estancia en Londres y con el que contrajo matrimonio en 1968, no estuvo exenta de excesos, entre los cuales las drogas y el sexo tenían un rol principal.

Fuente: NY Daily News
Las víctimas de la matanza.
Fuente: Truecrimezone
El sueño con el estrellato devino en una oscura pesadilla aquella fatídica noche, de la cual Polanski pudo escapar pues había viajado a Londres. La pareja había tenido desaveniencias por el embarazo de Sharon y, de hecho, Roman había pedido a la joven que abortara, a lo cual ella se rehusó. Él prefirió alejarse antes del nacimiento del bebé, en una decisión que marcaría amargamente el resto de su vida.

Irónicamente, el 19 de diciembre del año pasado, Manson falleció en prisión, donde fue recluido luego de ser sentenciado en 1971 a morir en la cámara de gas. Esta condena le fue conmutada por cadena perpetua después de declararse inconstitucional castigar con la muerte a los reclusos en California. Si bien él no participó directamente en el múltiple homicidio, su rol fue decisivo en los asesinatos al instar a sus seguidoras más jóvenes —que formaban parte de la denominada Familia Manson— a asesinar a siete personas (las otras dos eran el matrimonio LaBianca, acuchillados un día después para tratar de despistar a las autoridades). A juicio de los fiscales, todo era parte de un plan para incitar una guerra racial. Charles tenía 83 años y su muerte por causas naturales resulta como mínimo una paradoja para alguien con un pasado tan cruento.

Dolorosa por la crueldad que la marcó, la muerte de Sharon Tate cerró una década especialmente violenta en los Estados Unidos de Norteamérica, en la cual murieron por las balas el presidente de esa nación John Fitzgerald Kennedy (1963) y su hermano, el senador Robert Kennedy (1968); el líder de los derechos civiles afroamericano Martin Luther King (1968) y el más radical de los activistas negros, Malcolm X (1965).

Barbara Bates
Otra que en algún momento aspiró al estrellato y vio sus sueños truncados fue la actriz Bárbara Bates, quien fue hallada muerta el 18 de marzo de 1969 en el garaje de su casa en un aparente suicidio por inhalación de monóxido de carbono de su coche. Con apenas 43 años, Bates se despedía de una vida llena de frustraciones. Su incursión en el mundo cinematográfico se inició de manera auspiciosa con un pequeño papel al final de la película Eva al desnudo, el film clásico de Bette Davis estrenado en 1950. A los pocos años se encontró con una fallida carrera, que sumado a un historial de fracasos matrimoniales, cuadros depresivos recurrentes y problemas financieros culminó fatalmente en los vapores tóxicos emanados de su vehículo.

Jean Seberg en el set de Sin aliento (1960)
Fuente: Raymond Cauchetier
Una década más tarde, otra tragedia asomaría sobre el persistentemente enrarecido panorama cinematográfico. A finales de agosto de 1979, familiares de la actriz estadounidense Jean Seberg reportaron su desaparición. La protagonista de clásicos como Juana de Arco (1957) y Buenos días, tristeza (1958), ambas de Otto Preminger, se había convertido en un ícono de la Nouvelle Vague francesa por su protagonización junto a Jean Paul Belmondo de Sin aliento (A bout de Souffle, 1960), de Jean-Luc Goddard. A pesar de su origen norteamericano y su incursión en Hollywood, sus mayores éxitos se produjeron en el cine europeo. No obstante, para la fecha, su buena estrella se encontraba en declive.

Fuente: LA Times
El 8 de septiembre el cuerpo sin vida de la actriz fue encontrado en el asiento trasero de un Renault, vehículo de su propiedad, estacionado en la calle General Apper, cerca de su apartamento en París. Estaba desnuda, cubierta únicamente por un poncho y en estado de descomposición. Había frascos de barbitúricos, una botella de agua mineral vacía y una nota para su hijo, pidiéndole perdón. La data de la muerte se estimó que había ocurrido el 30 de agosto.

Si bien tanto la familia como la policía lo calificó como suicidio, en 1995 su entonces guardaespaldas, Guy Pierre Geneuil, denunció que había sido asesinada. A su juicio, había muchas incongruencias entre los datos de investigación policial y las conclusiones. Apuntaba que la autopsia había evidenciado el uso de barbitúricos como causa de la muerte, pero también que había ocho gramos de alcohol en su sangre. Esta era una dosis letal que, en su opinión, le fue inyectada con fines mortales por representantes de la mafia argelina de tráfico de drogas. Hasta la fecha esta teoría no ha sido confirmada.

La vida amorosa de Jean había sido algo agitada. Casada en tres oportunidades, una de ellas con el diplomático y escritor Romain Gary, con quien procreó su hijo Alessandre, se vio ligada sentimentalmente al actor Clint Eastwood, al escritor mexicano Carlos Fuentes y al director español Ricardo Franco, entre muchos otros amantes ocasionales. No obstante, el mayor problema era su compromiso con los movimientos en favor de los derechos civiles, entre quienes se encontraban los Panteras Negras, lo cual le trajo serios inconvenientes con el gobierno norteamericano.

Fuente: Infobae
Seberg fue víctima de uno de los peores casos de difamación aceptados por el FBI. En  1970 el organismo de inteligencia hizo correr el rumor de que su segundo embarazo fue concebido durante sus relaciones con uno de los líderes del grupo afroamericano. Eran tiempos en que los prejuicios políticos y raciales podían arruinar una carrera, así que tal patraña tuvo consecuencias nefastas para su reputación. Los medios se hicieron eco del infundio y el propio esposo de la actriz tuvo que establecer una querella contra la revista Newsweek. Tristemente, el 23 de agosto Jean alumbró a una niña, que murió dos días más tarde. Tanto ella como su esposo decidieron efectuar el funeral a urna abierta, a fin de que se comprobara que la criatura era blanca.

Años más tarde, se revelaría que la actriz había sido vigilada y perseguida durante años por los servicios secretos norteamericanos, lo cual le causó inestabilidad emocional y mental que desembocaría en graves problemas sicológicos. Luego de varios intentos fallidos de suicidio, Jean encontró la muerte en tan turbias circunstancias.

Ciertamente, la cita mortal siempre es inexorable, incluso para aquellos a quienes el destino supondría un trato más benévolo por sus logros sobresalientes durante su trayectoria vital.

El cine, como siempre reciclando sus propias historias, anuncia para el 2019 el estreno de varias películas muy esperadas a propósito del aniversario luctuoso de algunas estrellas: Judy, que narra los últimos días de Garland en la piel de Reneé Zellgewer; Once Upon a Time in Hollywood, proyecto de Quentin Tarantino con Margot Robbie como la malograda Sharon Tate; The haunting of Sharon Tate, cinta de terror independiente dirigida por Daniel Farrands en la que Hillary Duff encarna a la rubia actriz, en una recreación de la vigilia de la masacre y los asesinatos; y Tate, dirigida por Michael Polish con Kate Bosworth, que interpreta a Sharon obviando el episodio de la masacre. No hay que pasar por alto Against all enemies, dirigida por Benedict Andrews y con Kristen  Stewart como Seberg. La trama recrea el momento cuando Jean fue investigada por el FBI por su activismo político.

Las tres primeras películas no cuentan con el apoyo de los familiares de Garland y Sharon. Liza ha marcado fuerte distancia con respecto al biopic de su madre mientras que las otras dos cintas han sido criticadas por la familia de Tate, al cuestionar que se quiera “explotar” su muerte en taquilla. Habrá que esperar el resultado final de estas producciones para constatar si valió la pena rememorar tales dramas.