sábado, 16 de mayo de 2009

Cabimas...

Alguien me comentó una vez que lo mejor de Cabimas es la salida hacia Maracaibo. Cabimas, una ciudad petróleo. Un mechurrio encendido día y noche. San Benito en enero, con tambores y sudor de multitudes. Calor, mucho calor. Cabimas es el olvido que, paradójicamente, ésta allí como recuerdo permanente de lo que pudo ser y no es.


¿Qué es ser artista,

preguntas,

en esta ciudad perdida?

Es nada

sólo un eco

que débil se escucha

entre las aguas negras

y las calles abiertas

llenas de huecos

como esta alma mía.

viernes, 15 de mayo de 2009

Nostalgia (a propósito de la "remodelación" de la Plaza Bolívar de Cabimas)




Los maravillosos urbanistas de la Gobernación del Zulia decidieron que, para mejorar la Plaza Bolívar en Cabimas, había que demolerla por completo, con árboles centenarios y edificios derribados. Que no quedara piedra sobre piedra. Según ellos, para construir hay que destruir, sin importar la memoria de quienes crecimos viendo esa plaza, que ni tan vieja era, pues había sido remodelada por enésima vez en la década de los años 80.

Peor fue la actitud del sector revolucionario mesmo de nuestra ciudad: prefirieron paralizar la obra y mantener a Cabimas con el dudoso honor de ser la única ciudad de Venezuela que tiene como plaza un corral de chivos. Hay razones que ni la misma Razón entiende.

Nada más oportuno, entonces, que compartir un poema del escritor venezolano Rafael Arráiz Lucca:

Al fin termino por entender
que yo amo esta ciudad hasta la rabia:
es tierra y abono para la nostalgia.
benditos constructores que no dejan ni una casa,
amadísimos urbanistas paisajistas
que siempre cambian los bancos de las plazas
(nada conserva su nombre
y lo agradezco de todo corazón)
que nada se acerque a la eternidad,
que la ciudad que yo conozco
no la conozcan mis hijos,
que nunca rodemos por la misma calle,
que la nostalgia se construya todas las quincenas.

Antes de la transmutación...

Sépalo todo el mundo: la indiferencia ha sido la muerte de este ícono de Cabimas. Producto del arte de Lucidio González, durante la gestión de Hernán Alemán, no pocos denuestos recibió esta escultura cuando fue instalada en la antigua redoma del sector Nuevo Juan. Pocos vieron con buenos ojos la instalación de los dos "muñecos", blancos no por ser adecos, sino por sus materiales de fabricación.

En noviembre pasado, lo que había sido un intento fallido por trastocar la visión original del artista, se volvió realidad. Ahora los "muñecos" son rojos, rojitos, por su supuesta esencia revolucionaria.

Tal vez estén más cerca de la verdad de lo que hasta ahora habíamos entendido como significado de la obra "Monumento al Trabajador Petrolero". Lo rojo no es por revolucionario, sino que alude la sangre derramada por tanto dirigente sindical petrolero y por los obreros que defendieron sus derechos, esos mismos que los herederos de un pasado glorioso se han dedicado a patear con ahínco, sin mostrar la más mínima vergüenza por deshonrar un legado de dignidad y orgullo verdaderamente revolucionario.