jueves, 21 de marzo de 2013

María Teresa Acosta, toda una dama

María Teresa Acosta. Fuente: diario El Universal
La recordamos como la eterna madre o abuelita en las novelas de Radio Caracas Televisión, durante las décadas de 1970 y 1980, pero esa es una visión limitada para una artista del calibre de María Teresa Acosta, señora de la actuación cuya vida personal fue mucho más interesante que cualquiera de los roles que tuvo que interpretar en la pantalla chica. El momento es propicio para traerla nuevamente a nuestra memoria, en el primer centenario de su nacimiento, pues nació en Caracas el 20 de octubre de 1913.

Inició sus estudios en el canto lírico a principios de 1930, con la profesora María de Irazábal, en la Escuela Superior de Música de Santa Capilla, junto a futuros grandes intérpretes como Fedora Alemán, Eduardo Lanz y Tito Coral. A mediados de esa década debutó en la radio, con la Broadcasting Caracas Radio Caracas 750, en la comedia La familia Buchipluma, original de Carlos Fernández, en la cual encarnaba a Ramona, la novia de Pancho Tiznado y del Baúl, interpretado por Félix Cardona Moreno.

Casada muy joven, María Teresa debió enfrentar el divorcio en esa época, lo cual representó para ella una ruptura más allá de lo sentimental. Eran tiempos en que una separación marital era mal vista por la conservadora sociedad capitalina, situación que la hizo blanco de murmuraciones:

«No resultaba fácil la vida para una mujer divorciada en Caracas. Se nos decretaba un aislamiento forzoso, por tantos prejuicios existentes. Y no se crea, no sólo por el machismo, que siempre existió y ha existido toda la vida entre nosotros…, sino por las propias mujeres resignadas al sometimiento y a su destino más abnegado, cuyo objetivo mayor no va más allá de ser una buena esposa y madre». (1)
Era un destino al cual no estaba dispuesta a someterse, a pesar de que tenía un hijo de apenas dos años, fruto de su matrimonio: 

Diario El País, 8 de octubre de 1947
«No soy feminista, pero no soporto que la gente quiera aprovecharse de una por la circunstancia de ser una mujer sola. Entonces, no había donde trabajar, como no fuera de telefonista o dependienta de correos, o en tiendas como la Casa Boulton, El Almacén Americano o El Pan Grande, que fueron los primeros grandes negocios de ventas por departamentos.»(2)
Al no encontrar el entorno apropiado para emprender una nueva vida en Venezuela,  María Teresa Acosta decidió emigrar hacia Estados Unidos de Norteamérica. Acompañada de su pequeño hijo, se trasladó en abril de 1937 a Baltimore, ciudad en la que residían unos familiares suyos. Sin embargo, los prejuicios y la incomprensión de su misma gente la hicieron sentirse otra vez prisionera de una casa, razón por la que se mudó a Nueva York y empezó a desarrollar su carrera como cantante.

Diario El Heraldo.
Fuente: hemerotecamusica
venezolana.blogspot.com
En ese tiempo también fue contratada como locutora de noticias en la emisora radial norteamericana La Voz de América, en la que inauguró el Noticiero Panamericano, emergido luego del estallido de la Segunda Guerra Mundial y que era emitido en onda corta para todo el continente americano en idioma español. Su calidad vocal le permitió además ser escogida como la voz oficial de la Primera Dama de la Nación, Eleanor Roosevelt, para doblar los mensajes dirigidos al pueblo latinoamericano.

Durante su permanencia en Estados Unidos, María Teresa Acosta incursionó en el doblaje a nuestro idioma de películas hollywoodenses. Así, fue la voz de famosas actrices, como Rita Hayworth en el film Sangre y Arena (Ruben Mamoulian, 1940) y Greer Garson, esta con carácter de exclusividad, en las películas La señora Minnniver  (William Wyler, 1942), Random Harvest (Mervin LeRoy, 1942), Madame Curie (Mervin LeRoy, 1943) y Aventura (Víctor Flemming, 1945). Luego, al cesar el conflicto bélico, la situación laboral en este campo cambió, por lo que debió ampliar su registro artístico hacia el canto, algo que ya venía haciendo paralelamente.
Cantante radial. Revista Élite No. 1214,
08/01/1949. Fuente: lbarragan.blogspot.com
Cada año, la actriz regresaba de vacaciones a nuestro país, sin exceder los tres meses exigidos por la decisión judicial posterior a su divorcio, a fin de que su hijo pasara esa temporada con su padre. Dichos periodos los aprovechaba para trabajar en la radio, el teatro o el cine nacional. En una de esas actuaciones destacó su participación en la comedia musical Orquídeas azules, de la compositora María Luisa Escobar. En el medio radial, estrenó piezas que hoy forman parte de nuestra historia musical, tales como Fúlgida luna, El porteño y Venezuela habla cantando, esta última de la recordada Conny Méndez. En 1940 debutó en el cine venezolano, como una maestra de escuela en la cinta Pobre hija mía, dirigida por José Fernández.

Sus intervenciones en la escena venezolana las alternaba con trabajos musicales en el exterior, al presentarse con éxito en locales como El Chateau Madrid y El Chico, en Nueva York; y al realizar giras a Cuba, México y Canadá, en las que interpretaba boleros de autores cubanos de renombre.

Fuente: diario El Universal
Ya en 1957, María Teresa Acosta decidió retornar definitivamente a Venezuela, con su hijo convertido en profesional de la Química Industrial. Se comentaba que durante todos esos años de arduo trabajo en el exterior, había adquirido una posición económica acomodada, fruto de sus inversiones, que evidenciaba en el uso de alhajas, en su residencia y en sus automóviles.
Nuevamente establecida en nuestro país, María Teresa Acosta incursionó en la animación en la recordada La craneoteca de los genios, programa de concursos de gran popularidad en la década de los 60.  En teleteatros, intervino en La visita de la anciana dama, junto a Luis Salazar; y en La rosa tatuada, de Tennesse Williams, con Edmundo Valdemar y una jovencísima Doris Wells, que interpretaba a su hija.

Luego vendrían sus trabajos más conocidos en telenovelas como la exitosa Historia de tres hermanas, junto a Doris Wells, Eva Blanco y Eva Moreno; La Usurpadora, con su inolvidable rol de Mamma Gina, junto a Raul Amundaray y Marina Baura; Cristina, Abandonada y Valentina.

Mamma Gina.
Fuente: diario El Universal
En el especial dedicado a la telenovela  nacional por la revista Estampas, del diario El Universal, a propósito de su aniversario, Amundaray la recordaba como una actriz excepcional, buena compañera y con un gran sentido del humor. «Mamma Gina es uno de sus personajes que marcó pauta; y que más de una vez se robó el show. La actriz comenzó a revisar vocabulario en italiano para darle un acento creíble a su caracterización y muchas de sus frases eran citadas por el público de la época: ‘Daniel, séntate qui’, que era como me ordenaba que me sentara cada vez que tenía que decirme algo importante. O cuando gritaba: “¡Mi medicina!,¡mi medicina”. El remedio en cuestión era el alcohol que reclamaba el personaje, entregado a la bebida, para calmar sus necesidades etílicas.

En  teatro se hizo presente con las obras Los fantasmas no deben quedarse en casa, de Pedro Berroeta; y El puntal y el pueblo, de Víctor Manuel Rivas.

Fuente: diario El Universal, 01/0671990
A finales de 1970, la telenovela cultural apareció con fuerza en nuestra televisión y María Teresa Acosta formó parte de ese cambio en las producciones dramáticas con un personaje a su medida: la madre de Pilar (Doris Wells) en La señora de Cárdenas (1977), original de José Ignacio Cabrujas, donde encarnaría con total solvencia a una simpática y cariñosa señora caraqueña,  que nos hacía pensar en ella interpretándose a sí misma.

En 1979, asumió el rol de la negra Juana Bautista en la miniserie Sangre Azul, junto a Pierina España, José Luis Rodríguez, Jean Carlos Simancas y Carmen Julia Álvarez.

La década de los 80 le depararía un nuevo personaje relevante, otra vez de la mano de José Ignacio Cabrujas: el de Dionisia Bello, una de las mujeres claves en la vida del dictador Juan Vicente Gómez, en las miniseries Gómez I y Gómez II, dirigidas por César Bolívar. Nuevamente demostraba su maestría, en un elenco de pesos pesados, que incluía figuras como Doris Wells, Miguelángel Landa, Rosita Vásquez, Gladys Cáceres y un  Rafael Briceño en estado de gracia como el dictador, en su primera parte; la segunda parte mantenía varios de los personajes e incorporaba a Marina Baura y a Gustavo Rodríguez en una relación casi sadomasoquista.

No desdeñó participar en el cine venezolano de los 70 y se le vio en las cintas La quema de Judas (1974) y Sagrado y Obsceno (1975), ambas de Román Chalbauld; así como en Carpión milagrero, con la que debutó el realizador Michel Katz, en 1980.

María Teresa Acosta, junto a Amílcar Rivero, en
Juanito y Él. Fuente: Internet.
En 1982 tuvo una aparición especial en la telenovela Juanito y Él, con Amílcar Rivero y Tomás Henríquez. Sus últimas actuaciones fueron los personajes de Cándida Montoya, un pequeño papel al inicio de Señora (1988), en la que Caridad Canelón asumía por primera vez un papel de carácter, según libreto de Cabrujas; y Doña Leonor de Miranda, La Bruja, en Rubí Rebelde (1989). En esta última era una dama de sociedad, suegra de Lucrecia (Yajaira Orta), a quien odiaba profundamente y solo por el hecho de fastidiar a su nuera declaraba a Rubí (Mariela Alcalá) como heredera única de su inmensa fortuna.

Ambas producciones tuvieron gran éxito y aunque sus participaciones fueron breves, se convirtieron en desencadenantes de la acción en las dos tramas. Fueron transmitidas a través de Radio Caracas Televisión, canal en el cual había comenzado a laborar a mediados de los años 50 y el que nunca abandonó.

En el siguiente video, se presenta una escena onírica de antología de Rubí Rebelde, plena de excesos, como se acostumbraba en las novelas de la época. Yajaira Orta había tenido que abandonar las grabaciones por problemas de salud y la actriz Dalila Colombo asumía el papel de Lucrecia:


En 1990 se había comentado la intervención de la veterana actriz en De mujeres, pero su delicado estado de salud hizo imposible volverla a ver en la pequeña pantalla. Meses más tarde, exactamente el 31 de mayo, a las 10 de la mañana, María Teresa Acosta se despedía para siempre de los escenarios y pasaba a ser recordada como una de las integrantes de ese privilegiado grupo de pioneros que hicieron posible la televisión venezolana. Tenía 76 años.

(1)  Tirado, Ricardo (2004). Amores Públicos. Fundación para la Cultura Urbana, Caracas.p. 153
(2)  Ibid. p. 154