jueves, 31 de enero de 2019

Javier Zapata: un ángel terrible...y vulnerable

“No uso técnicas de actuación, solo actúo”
Arturo Calderón y Javier Zapata en La oveja
negra
. Fuente: revista Encuadre.
La primera vez que vi a Javier Zapata en el cine fue en La oveja negra (1987), su debut en la gran pantalla. En esta cinta evidenciaba una característica común en varios de los personajes que le tocaría interpretar durante su trayectoria: una pasión casi animal, un temperamento desbordado, brutal, que los conducía a la destrucción.

No obstante, eso no lo percibí en ese momento cuando me pregunté: “¿Quién es este actor?”. Nunca lo había visto en televisión, mucho menos en teatro, donde había desarrollado gran parte de su carrera artística durante la década de los 80. Sin embargo, era obvio que tenía cierto magnetismo que le hacía único. Cuando aparecía en pantalla, no le podías quitar la vista a su presencia. Su atractivo no se ajustaba al del típico galán, sino más bien poseía cierto aire tosco, alejado de los patrones clásicos: labios gruesos; ojos oscuros, pequeños y penetrantes; nariz pequeña y bien perfilada; cabello oscuro; contextura delgada pero atlética. Cinco años después, el que había despuntado como una de las promesas de la actuación en la escena venezolana fallecía con apenas 32 años y un cúmulo de sueños inconclusos.
Javier Zapata
El pasado 28 de noviembre de 2018 se cumplieron 25 años de su desaparición física y hoy, cuando su nombre se hace esquivo en la memoria de muchos espectadores, le recordamos por el valioso aporte que brindó a la dramaturgia local.

Javier nació el 13 de abril de 1961. Hasta los 14 años vivió en el Pasaje Sevilla de la parroquia San José, en Caracas, donde junto a su familia enfrentó una situación económica bastante precaria. Esas vivencias en la miseria le hicieron una persona bastante terrenal, franco, sin poses ni divismo, pero también con un carácter que él mismo calificaba como difícil. “No soy dócil, pero tampoco soy peleón”, le confesó al periodista Juan Antonio González, en una de las últimas entrevistas que ofreciera antes de su fallecimiento (1). Es en sus propias palabras cómo conocemos de sus grandes esfuerzos por lograr destacar en la actuación, un oficio al cual se dedicó con gran fervor porque lo sentía una necesidad.

Se había graduado de técnico medio y superior en Química, profesión que le permitió trabajar como analista químico en Laboratorios Sandoz durante dos años. Sin embargo, antes de concluir sus estudios, ya Javier tenía un interés latente en actuar, vocación que descubrió al interpretar —simbologías aparte— a Jesús: “Como yo formaba parte del coro de los Salesianos y tenía el cabello largo, una Semana Santa me pidieron que hiciera el papel de Cristo. Lo hice y por primera vez sentí esa vanidad que viene de los aplausos.”(2)

Javier como actor invitado de la
Compañía Nacional de Teatro en
1987. Fuente: CNT
Luego participaría en otros montajes como Canción de Navidad, de Charles Dickens; El avaro, de Moliere; y una reposición de la vida de Cristo, que le había servido como debut en la actuación. En el ánimo de concretar sus anhelos de convertirse en actor, audicionó para ingresar a la Escuela de Teatro Juana Sujo, donde obtuvo una de las dos becas de estudio con duración de un año ofrecidas por esta institución. Para él, “aquello era un palacio. La gloria. Y quería ser actor, no por vanidad, sino por necesidad”. El resto de su formación lo pagó con su salario en el laboratorio.

En esos tiempos, Javier trataba de aprender todo lo que podía de la profesión: realizó un taller de actuación con el Grupo Experimental del Estado Miranda Armando Urbina e ingresó al grupo Thespis (luego rebautizado como Thalía), en el que su primera presentación fue La fiesta de los colores, con un sueldo de 50 bolívares. Allí continuaría su formación con un taller de creatividad y maquillaje e intervino en la pieza Amalivaca. Una fábula.

Sin embargo, su verdadera proyección como intérprete vendría con su ingreso al Taller Nacional de Teatro, del grupo Rajatabla. Ya que se requería una inmersión total, pues las clases eran de día y de noche, debió abandonar su trabajo en el laboratorio y gracias al apoyo de una tía y su padre pudo sobrevivir. A los tres meses, Javier debutaba en la obra Macbeth (1984), de William Shakespeare, dirigida por el recordado director argentino Carlos Giménez.

Javier y Jorge Luis Morales en Memory.
Foto: Miguel Gracia.
Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com
En los 80, Giménez se había convertido en uno de los directores y gerentes culturales de mayor renombre en Venezuela, gracias a su labor en Rajatabla y a la creación del Festival Internacional de Teatro en Caracas. En su grupo teatral se encontraba un nutrido contingente de intérpretes extraordinarios que incluía a Cosme Cortázar, Aníbal Grunn, Alexander Milic, Pilar Romero, María Angélica Dávila, Ángel Acosta, Guillermo Dávila, Esther Plaza, entre otros grandes nombres, y a ese selecto grupo ingresaba Javier.

Todo ocurría muy rápido, reconocería Zapata al periodista Juan Antonio González (3), pero también demandaba mucho esfuerzo. Allí conoció a varios de los que posteriormente se convertirían en revelación dramática para el medio, entre quienes figuraba Jorge Luis Morales, uno de sus amigos más cercanos: “Nos identificábamos porque éramos contemporáneos, además de que trabajamos juntos los cuatro años que estuvimos ahí. Era una persona especialísima, siempre estaba rodeado de amigos, como un ángel”.

Pilar Romero y Javier en La honesta persona de Sechuan.
Foto: Miguel Gracia. Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com
Con Rajatabla y bajo la dirección de Giménez, Zapata intervino en los montajes El pasajero del último vagón (1984), de Pilar Romero; Memory (1985), con textos de  Federico García Lorca y Whalt Whitman; La vida es sueño (1985), de  Pedro Calderón de la Barca; y Ramón Terra Nostra (1985), de Pilar Romero, Aníbal Grunn y Ramón Quijada.

Su debut protagónico lo hizo con La honesta persona de Sechuan (1985), de Bertold Brecht, junto a Pilar Romero y Jorge Luis Morales. Luego le sucederían Abigaíl (1986), de Andrés Eloy Blanco; Historia de un caballo (1986), de Leon Tolstoi; y La Celestina (1987), adaptación de la obra de Fernando de Rojas, donde su personaje de Calisto se revistió de gran erotismo, aunque los mayores honores se los llevó Milic.

Aníbal Grunn y Javier Zapata como Calisto en La Celestina. Foto: Miguel Gracia. Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com

Javier en Historia de un caballo. Foto: Miguel Gracia.
Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com
El actor y modelo Ángel Acosta, quien formó parte de Rajatabla en esos años, coincidió con él durante el montaje de Historia de un caballo, “donde fue uno de los caballos en ese maravilloso trabajo de Carlos Giménez. Javier era un ser extraordinario, muy querido por mí; compartimos mucho en el Café Rajatabla, el lugar de encuentro de todos esos muchachos que estaban iniciándose en el teatro. Después se desarrolló como un actor realmente fuera de lo común…”

En 1989 recibió el Premio Municipal de Teatro por su actuación en Casas Muertas, pieza basada en la novela de Miguel Otero Silva, con un elenco coral donde destacó también Elba Escobar. Fuenteovejuna (1990), de Calderón de la Barca, coproducción con el Festival de Spoleto (Italia) y la Compañía Nacional de Teatro, fue su despedida de la agrupación como miembro estable.  Luego de cuatro años, Javier decidió irse en la búsqueda de otros horizontes creativos.

Dora Mazzone, Lupe Gehrenbeck, Aníbal Grunn, Gerardo Luongo, José Tejera, Pedro Pineda, Francis Rueda, Javier Zapata y Otto Rodríguez en Fuenteovejuna. Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com

Paralelamente, el cine empezó a despertar su interés como medio de expresión. Entre los años 1985 y 1986, el joven actor audicionó para un personaje en La oveja negra (1987), donde resultó seleccionado. No obstante, rápido comprendió que su formación teatral no era suficiente para lo que exigía este medio y fue Román Chalbaud quien se convertiría en su mentor: “Al principio me sentía como pez fuera del agua… Román me decía que hablara con los ojos, que no gritara. Creo que la unión que hay entre la gente de cine me sirvió mucho y como eso no existía en teatro, yo quería hacer cine. Sí, en el teatro la gente trabaja en función de su papel, cada quien en el suyo, y con lo difícil que es hacer teatro aquí, la gente se pone a la defensiva siempre. Hay personas muy importantes, pero también mucho egoísmo”.

Frank Ramírez y Javier Zapata en Río Negro.
Para finales de la década de los 80, el cineasta Atahualpa Lichy preparaba su opera prima, lo que en sus propias palabras fue definido como un western amazónico: Río Negro (1990). Este drama se encontraba ambientado en el San Fernando de Atabapo de 1912 para recrear la lucha por el poder en Venezuela, con el violento personaje de Tomás de Funes como centro de la acción.

Rodada en las márgenes del Orinoco, la cinta demandó que Javier junto al resto del equipo técnico y artístico estuviese internado en la selva tres meses. El elenco internacional reunía a destacadas figuras como el colombiano Frank Ramírez, la española Ángela Molina, el venezolano Daniel Alvarado, entre otros actores criollos venidos de las tablas. “Muchos de los actores de la película, los venezolanos en particular, los había visto en el teatro. Voy mucho al teatro. El que hace Gilberto, Amado Zambrano; Javier Zapata, Alexander Milic, Armando Gota, Julie Restifo, provienen de allí. En la escogencia privó que fueran buenos actores y después por el físico; como es una película de enfrentamientos, había que creer en esos enfrentamientos”, acotaba Lichy a la revista Encuadre en 1990. Reconocía que las dificultades vinieron con el personaje de Gonzalito, por cuanto había pasado mucho tiempo tratando de filmarla y él que era joven hace cinco años, al momento de filmarla ya no lo era. Pero la escogencia de Javier para ese rol fue acertada.


Javier Zapata y Frank Ramírez en Río Negro. Fuente canal Youtube Atahualpa Lichy

Su actuación fue reconocida con el Premio Municipal de Cine en 1991 y le hizo merecedor del premio al Mejor Actor de Reparto en el Festival de Cine de Huelva, así como por la ANAC, un mérito destacable si consideramos la presencia de un gigante de la interpretación como Frank Ramírez, quien se hacía el dueño absoluto de las escenas donde aparecía. La película fue exhibida en varios festivales internacionales, entre ellos Toronto, Montreal, San Sebastián, Londres, Biarritz, San Juan de Puerto Rico, Huelva, La Habana, Madras, Brujas, Cartagena de Indias, Hong Kong, Los Ángeles, Munich, Festival de la OEA (Washington) y Cannes. Sin embargo, pese a sus notables virtudes —que la han ido revalorizando con los años— fue la gran ignorada por el jurado del V Festival del Cine Nacional Mérida’90, a juicio de Juan Antonio González “por el provincialismo que nada bueno le aporta a una confrontación como la bienal” (Encuadre No. 28, 1991).

Fuente: www.circomelies.com
Javier consideraba a Román Chalbaud como un padre: “Es el hombre más humilde y bonachón que he conocido. Las cosas del cine las aprendí con él. Somos muy buenos amigos”. Así que no fue de extrañar que a su regreso de la selva, este lo llamara nuevamente para que protagonizase su film número 16, Cuchillos de fuego, junto a Marisela Berti, Miguelángel Landa, Dora Mazzone, Charles Barry, Jonathan Montenegro, Pedro Lander y Gabriel Fernández.

Estrenada el 12 de abril de 1990, la película se basaba en la obra teatral Todo bicho de uña, con guion de David Suárez y del propio director. Fue rodada en Valera, La Guajira y Caracas; el argumento se centraba en la venganza del crimen de su madre por parte de un niño que, asimilado a un circo ambulante miserable, va organizando el encuentro con el criminal. Su actuación como El Chaure le hizo merecedor del Premio Municipal de Cine en 1990; sin embargo, la cinta recibió una tibia acogida por parte de la crítica y del mismo público, distinta a la que en su momento obtuviera La oveja negra, y hoy es considerada una obra menor dentro de la filmografía de Chalbaud.  En el video la primera parte de la película:


 Fuente: canal Youtube de Jonathan Montenegro

Javier Zapata y Ruddy Rodríguez en Brigada Central 2.
Fuente: Andrei Schkarin
A pesar de todos sus progresos, Javier todavía no había logrado entrar de lleno en la televisión, un medio que no le interesaba a pesar de la gran difusión que brindaba a sus intérpretes, pues en su opinión se hacía porque da dinero, “pero como estoy bien, no me he visto en la necesidad de ir a los canales a buscar trabajo. Eso llega solo, al igual que el teatro y el cine”. A pesar de esa opinión, trabajó en el unitario Sola, de RCTV, junto a Mimí Lazo, así como en Brigada Central 2: La guerra blanca (1992), coproducción entre Francia, España y Venezuela, protagonizada por Imanol Arias. Allí participó en el capítulo Érase una vez dos polis, donde encarnó al personaje de Tacho Valdéz acompañado de Ruddy Rodríguez.

En el ámbito teatral, Javier estaba expandiendo sus horizontes creativos al formar parte de lo que él llamaba la Doble A, Actores Actuando, una compañía teatral creada en octubre de 1991 por Alexander Milic, Miguel Ferrari, Alicia Plaza, Alexander Rodríguez, Dalila Colombo, Jorge Luis Morales, Eva Moreno y él.  Como homenaje a los 60 años de Chalbaud, la agrupación organizó una muestra de sus películas y el montaje de Los ángeles terribles, bajo la dirección de Enrique Salazar.

Para mediados de mayo de 1992, la agrupación presentó La muerte de un vendedor, basada en la pieza de Arthur Miller La muerte de un viajante, en versión de Néstor Caballero y dirección de Daniel Farías. Zapata era el productor, como parte del autoaprendizaje al que se enfrentaba cada integrante de la AA al rotar sus responsabilidades.

Estaba en un buen momento profesional y personal. Consultado acerca de cómo se veía, señaló que la actuación “me ha abierto los poros. Ahora absorbo más las cosas, lloro más, soy más sensible, menos malo y mucho más feliz. Reconozco que tengo un carácter difícil, pero no como antes.” Javier hacía un balance con la distancia que ofrece el tiempo, luego de experimentar una de las más amargas experiencias vividas en sus cortos años de vida y que había tenido como protagonista a su gran amigo, Jorge Luis Morales.

Jorge Luis Morales y Javier Zapata en Memory. Foto: Miguel Gracia.
Fuente: bravocarlosgimenez.blogspot.com
En 1991, este murió de una neumonía mientras rodaba una escena para la telenovela El desprecio, donde actuaba junto a Flor Núñez, Flavio Caballero y Maricarmen Regueiro. Su rol como hijo de Pastora Lara Portillo (Núñez) se había llevado los mayores elogios, pero de repente su situación de salud se complicó y falleció de imprevisto, con lo cual se desató el secreto que había guardado celosamente. Se conoció a través de los medios que padecía del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida y una ola de especulaciones corrió de manera maliciosa en la prensa de farándula. El tratamiento estigmatizante que se le dio a la muerte de Morales produjo secuelas que salpicaron a Zapata, como contaría a González en la entrevista citada:

El final de El Chaure en Cuchillos de fuego resultó alegórico
con respecto al trato que dieron los medios a la enfermedad
de Javier. Fuente: revista Encuadre
“Cuando una amiga me llamó de noche para decirme que en el (diario) 2001 del día siguiente iba a salir en primera página la información de que yo me iba a suicidar porque había sido amigo íntimo de Jorge Luis, al principio me desesperé, pero luego sentí asco. Todo era una vil mentira para vender el periódico. La información salió y los primeros afectados fueron mis padres y familiares…Tuve que hacer aclaratorias en otros periódicos y en televisión, ya que mi carrera estaba en juego. A ese diario no le importó para nada ni Jorge Luis ni lo que él había hecho por el teatro. Solo quería escudriñar para vender su muerte”.

En esa conversación, Zapata destacaba su visión particular del oficio del actor: “El artista no puede seguir siendo visto como una loca, metido en bacanales, orgías y esas cosas. El actor es uno de los profesionales que más trabaja, a pesar de lo efímero de su trabajo. Muchas veces tenemos que olvidar familia, amigos y hasta vida privada”.

Para el momento de la conversación, en mayo de 1992, Javier vivía en La Candelaria. Confesaba que para él, la soledad era símbolo de libertad, por eso cuando no estaba trabajando se encontraba en su casa leyendo, o en El Ávila, o cuidándose una alergia que se negaba a controlar con medicamentos para evitar dependencia, o visitaba a su perro Tao, el cual había enviado a Maturín debido a su problema alérgico. Tenía entre manos trabajar en un unitario con Chalbaud y otro con César Bolívar, donde encarnaría a un villano. Desconocemos el destino de tales proyectos.

Javier en La oveja negra, de Chalbaud, Fuente: Andrei Schkarin
Lamentablemente, Javier sí era portador del VIH, el cual desarrolló la enfermedad pocos meses después. Obligado por su condición de salud, se retiró del medio artístico hasta que un año después se dio a conocer su fallecimiento, ocurrido el 28 de noviembre de 1993. Fue sepultado el martes 30 de noviembre de ese año, nueve meses después de que Carlos Giménez, el extraordinario director teatral que guió sus primeros pasos en el teatro, también se hubiese despedido de este mundo a causa del en aquel entonces mortal padecimiento.

Cinco lustros después, el nombre de Javier Zapata casi se ha desvanecido. Cabe imaginar todo lo que su talento le hubiese permitido alcanzar si el destino hubiese sido más benévolo, aunque él fue muy claro al expresar que “en lugar de dinero, prefiero estar en paz conmigo mismo”. Así es preferible recordarlo, como a los antiguos semidioses del Olimpo: siempre joven, lleno de luz, íntegro.

Fuentes consultadas
(1) González, Juan Antonio (1992). Los ángeles de Javier Zapata. La Revista de Caracas, Año 1, No. 42, domingo 31/05/1992, pp. 13-15.
(2) Ibídem.
(3) Ibídem.
Encuadre, revista de cine y fotografía, No. 23, marzo abril 1990. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, Venezuela.
Encuadre, revista de cine y fotografía, No. 24, mayo junio 1990. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, Venezuela.
Encuadre, revista de cine y fotografía, No. 28, enero febrero 1991. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, Venezuela.
Encuadre, revista de cine y fotografía, No. 30, mayo junio 1991. Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, Venezuela.
Iriart, Viviana Marcela (2016). ¡Bravo, Carlos Giménez! Blog http://bravocarlosgimenez.blogspot.com

1 comentario:

  1. Saludos cordiales. Hoy 14 de Abril de 2021, leo en instagram una breve semblanza de Javier Zapata y mi mente comenzó a volar en los recuerdos. Tuve la fortuna de conocer a Javier en el grupo juvenil de la Parroquia María Auxiliadora de Sarria, en Caracas en el cual compartimos muchas vivencias como jóvenes, incluso un campamento misionero por 15 días en una comunidad indigena a 60 km de Puerto Ayacucho, para entonces, Territorio Federal Amazonas, por allá en el año si mal no recuerdo 1980...Compartimos roles protagónicos en dos obras de teatro que montó nuestro director en el grupo juvenil, el Sr. Felix Guevara, que actualmente vive en Italia y formaba parte de la compañía de Lily Álvarez Sierra, y Feliz nos enseñó mucho sobre el arte de la actuación. La primera obra fue LA PASIÓN DE CRISTO, en la cual Javier hizo el papel de Jesús y yo de Pilatos. la hicimos dos años seguidos, fue increíble lo vivido con el resto del elenco durante los arduos ensayos y en las dos representaciones en semana santa. La otra obra fue, La fierecilla domada, en la cual Javier representaba a un joven enamorado que se hizo pasar por fantasma y yo era un sirviente andaluz. Vivimos paseos, convivencias, el canto en la misa de 9 am todos los domingos en la iglesia pues el grupo tenía como actividad central, animar con el canto a 4 voces la misa del domingo y javier y yo, formábamos parte del grupo de los tenores. Javier siempre fue un amigo en todo el sentido de la palabra y la emoción de recordarlo en estos momentos en que se cumple un año más de su fallecimiento, me hace escribir estas palabras pues la única referencia, por lo cual le agradezco, que encuentro sobre mi amigo en internet es la que Ud. coloca en su blog. Recuerdo que al finalizar un retiro espiritual, todos los miembros del grupo nos escribiamos en unos cuadernos alguna nota amistosa pero la de él es la única que recuerdo...me escribió, "Dios te debe tener en su mente" y esa frase me ha acompañado desde ese día...Luego el grupo se disolvió después de casi 5 años de hermosa labor y cada uno tomo rumbos diferentes. Para la época no había más que el teléfono fijo para comunicarse y muchos nos perdimos el rastro...Una amiga mutua con la cual el mantenía una gran amistad y con la que me encontraba en misa los domingos, me comentó un día que Javier estaba enfermo con el VIH y buscamos un teléfono allá mismo en la parroquia ese domingo para llamarlo. Hablé unos minutos con él y fue una conversación muy fría pero comprendí que no era para menos, En esa época el estigma que lamentablemente marcaba a los pacientes con VIH era brutal y despiadado. Antes de eso me lo encontré un día cerca de la estación del metro de Bellas Artes y estaba igual de distante y frío, y esa conversación telefónica y ese encuentro fue lo último que supe de él. Hoy vuelven a mi memoria los recuerdos y lo veo llegando los sabados en la tarde al ensayo de canto en la parroquia con una ámplia sonrisa, su negra melena, los brazos abiertos y el saludo afectuoso para todos....Asi siempre te recordaré Javier. Fuiste un Ángel que buscó su sentido de la vida en la Tierra y cuando lo encontró, Dios se lo volvió a llevar a donde pertenece. Dios te Bendiga con la Felicidad Eterna Javier. Descansa en la Paz de Dios. Tu recuerdo estará siempre presente en mi mente.

    ResponderEliminar