A 75 años del nacimiento de Emerio Darío Lunary a 25 de su fallecimiento.
Fotografía: Escolástico Velásquez. |
Representadas como vírgenes estatuarias o con un sutil erotismo, la mujer representó el ideal de belleza de Lunar. Ahora que ya no está, uno pudiera imaginarlas en las cálidas noches de Cabimas, bajando de las telas colgadas en las paredes para posar en la sala de la casa, esa que tantas figuras de la plástica nacional recibiera para admirar la obra inusual de este pintor zuliano. Lamentablemente, es una visión imposible, no por lo irreal que pudiera parecer, sino porque la gran mayoría de dichos cuadros fueron robados de esta vivienda en marzo de 2010.
Rodeado de sus mujeres etéreas. |
Los aficionados a categorizar el esfuerzo humano asignaron diversos nombres a la producción artística de Lunar, pero él, modesto y a la vez consciente de lo que hacía, nunca quiso encasillarse. Prefirió automarginarse de las tendencias de moda y continuar aprendiendo con la práctica, empeñado en la búsqueda de la “perfección” en una ciudad imperfecta y en poblar imposibles espacios arquitectónicos con figuras fantasmales, surgidas de su inquieta imaginación.
“Necesito la soledad para crear, para lograr una mayor concentración”, me confesó en alguna oportunidad con su voz pausada, casi inaudible. “A veces la reflejo en mis cuadros, pero es casualidad. Hay gente que no puede estar sola porque se vuelve loca…yo no; la soledad es mi compañera. Yo estoy aquí con papá y mi hermano Manuel, pero me siento solo, porque soy muy poco comunicativo”.
Durante la inauguración del Museo Vial del Núcleo LUZ COL. |
Lunar nació el 27 de enero de 1940 en Cabimas, una ciudad que abandonó pocas veces y por la cual sentía un vínculo atávico. Era el último de los cuatro hijos de dos emigrantes margariteños quienes se habían dedicado a la actividad comercial, luego de que el padre abandonara su empleo en las transnacionales petroleras. De débil contextura y enfermizo, desde niño se sintió atraído por el dibujo. Pese a su bajo rendimiento en los estudios, logró culminar el sexto grado de educación primaria y decidió orientar sus intereses hacia otros objetivos de aprendizaje.
La tumba del Faraón (1969). Esta obra fue desgarrada durante el hurto masivo ocurrido en 2010. |
En la portada del catálogo el famoso retrato realizado a Carolina Bogen de González. |
La concepción simbólica del color se refleja en la obra de Lunar. El blanco representa la muerte, tal como lo expondría a Juan Calzadilla, uno de sus biógrafos; y como me lo referiría en una de nuestras frecuentes conversaciones: “Por eso mis mujeres son fantasmas, gente que no tiene vida. Últimamente les pinto los labios, los trajes y la boca, para darles vida dentro de la muerte. Esas mujeres están muertas, pero han sido resucitadas por mí, que soy su padre creador”.
Retrato imponente de Graziano Gasparini. |
La muerte fue una constante, tanto en su trabajo artístico como en sus conversaciones privadas. Sin embargo, jamás pensó en ella como algo terrible, a lo cual había que temer. Tal como lo señala el crítico Perán Erminy, “sentía que la muerte no dejaba de acompañarlo y que la vida de uno era demasiado breve y precaria en comparación con la inmensidad de la muerte…”.
Esa visión la vinculaba con su creación: “Ese mundo de los personajes tal vez sea mi mundo, porque yo me identifico con ellos, con las cosas muertas”, me diría en alguna ocasión. Lo ratifica Erminy: “En la obra de lunar la presencia de la muerte está asociada a la idea de eternidad, que es una noción clave en la poética de este artista”.
En nuestras conversaciones, Emerio me explicaba: “Creo que nunca moriré. Yo volveré a vivir, tal vez no con esta misma cara ni con la misma familia…Creo bastante en la reencarnación”.
Emerio en 1980. Fuente: Galería Odalys. |
En 1990, una maligna enfermedad, silenciosamente anidada en su débil cuerpo, evidenció que el camino llegaba a su fin. Su salud, por lo general de condición precaria, fue decayendo con rapidez. Los últimos meses transcurrieron rodeado de sus familiares más cercanos, con un sosiego lejano a los turbulentos días de su juventud.
La cascada (1986), paisaje onírico de Lunar, colección MACZUL. Fotografía: Mirem de Ondiz |
Si bien poco le agradaba tener que explicarse a sí mismo o a su trabajo, le entretenía oír las apreciaciones de los demás sobre estos tópicos. “¿Piensas en tu vida como algo productivo?”, le pregunté en aquel momento. Era una interrogante ilógica si considerábamos el inmensurable legado artístico que dejaba tras de sí, pero coherente con esa visión bohemia y libertina que muchos le asignaban a su existencia.
De visita en el MACZUL en octubre de 2014, me reencontré con La cascada en la exposición: El paisaje. |
Miré a mi alrededor todas esas obras extraordinarias que durante años se habían ido multiplicando en las paredes, algunas de manera temporal; otras, sin fecha determinada de partida porque él así lo había decidido y el cuadro no sería vendido. “¿Ni siquiera en la pintura?”, repregunté extrañado.
“En la pintura puedo seguir, pero en lo que yo pueda hacer, como dice la canción, la vida no importa”, fue su respuesta. De repente, sin quererlo, una sensación de pesar nos invadió a ambos.
- Entonces ¿cómo te gustaría que te recordaran?
- Que la gente me recuerde por mis cuadros. Como persona, me da igual que me recuerden o no.
Expectativa (1970). El niño del cuadro soy yo, según una fotografía realizada a los cuatro años de edad. |
Que hermoso e interesante homenaje, es un privilegio adentrarse en la vida de un artista tan original y especial de la mano de quien lo conoció tan intimamente. Querido Jose, sin duda debe haberte tenido mucho cariño dedicándote tantas tertulias y esa pintura en la que te inmortaliza el maestro, ese muchachito se parece igualito a ti.
ResponderEliminarMirna, ciertamente fui un privilegiado. La cercanía con mi tío Emerio determinó muchas cosas en mi vida, sobre todo mi visión y sensibilidad hacia el arte. Ser un niño rodeado por obras tan extraordinarias despertó mi interés por la pintura, pero de una manera natural. Era algo cotidiano. Tendrían que pasar años para yo descubrir la trascendencia de su obra. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarMagnifico, José, despertaste nuevamente los recuerdos y el privilegio de haberlo conocido y tratado. Pedro Querales
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