miércoles, 24 de agosto de 2011

Secreta pasión pública

No sé aún determinar cuándo, conscientemente, empecé a amar esa serie de imágenes animadas, sucesión de fotografías a 24 cuadros por segundo que llamamos cine. Sentado en una butaca, frente a una inmensa pantalla blanca, tal vez fue ese parpadeo de luz que, en su tartamudez casi imperceptible, desplegó más vida de la que hubiese soñado jamás en un pequeño pueblo provinciano con título de ciudad.

De dibujos animados a grandes epopeyas bíblicas, pasando por un escarabajo en cuatro ruedas llamado Herbie, el cine era para mí el pasaporte a un lugar insospechado donde la gente vivía aventuras extraordinarias, tanto que nosotros, seres comunes, debíamos rendirles tributo como espectadores en salas de tercera categoría.

No había “nombres”, sólo “gente” que se deslizaba en ese raudal de luz desbordada hasta la impoluta pantalla a través de la minúscula ventanilla del saloncito de proyecciones.

Un día, unas piernas descubiertas por el indiscreto aleteo de una falda plisada color champagne, me sugirió que quizá esos seres podían ser reales; que detrás del personaje de turno y el rostro en close up también tenían una vida propia, un nombre: Marilyn Monroe Clark Gable, James Dean, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Jean Harlow. Nombres extraños, sugerentes, que salían de mi boca a veces como un susurro, otras como un latigazo. Confundidos los personajes con la persona, representaban seres refinados y mundanos, extraordinarios amantes, con figuras que parecían no ser de este mundo, de tan perfectas que eran.

He amado el cine desde que tengo conocimiento de mí mismo. Con el cine he reído, me he enfadado, he llorado, he soñado…Con y por el cine aprendí a leer en imágenes, a reflexionar, a crear y a creer que hay mundos posibles más allá de nuestra realidad, en ocasiones sórdida.

Lo triste del cine es que cuando aprendes a disfrutar una buena película, se hace muy difícil soportar las historias sin vida con las que nos quieren acostumbrar muchos cineastas de hoy. Después de todo, cuando aprecias un buen vino, los malos te saben a vinagre.

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