Ellas representaban a la mujer según los esquemas cinematográficos. Soñadoras, vulnerables, dominantes o sometidas, eran diosas, dueñas y señoras del olimpo del séptimo arte. Encarnaban un estilo de vida, una forma de interpretar, de seducir y de amar.
Ser bellas era su oficio y su esclavitud. En el altar de la vaciedad rindieron sus encantos para hacer del cine sus dominios en largos metros de celuloide. No importaba sacrificar sus sentimientos, sus emociones y sus pensamientos; el precio a pagar era alto, pero mayor fue la recompensa: permanecer embalsamadas en las latas y videos de sus películas, inmortalizadas, listas para representar una y otra vez su rol de seductoras y seducidas.
No bastaba una bella cabellera o unos ojos impresionantemente expresivos: se requería el aparataje, los escándalos pre-fabricados, el nombre sugerente... y aún más. Tras de ellas, las luces veladas, los vestuarios audaces y exóticos, la laxitud rebuscada de una pose o la candidez estudiada de la mirada. Un Pigmalión que las "reconstruyera", ocultara sus defectos y exaltara sus virtudes, casi siempre físicas.
¿Eso era todo? No. Más allá del escote audaz o
las piernas bien torneadas, hacía falta esa fuerza interior capaz de atraer en masa al público y mantenerlo cautivo frente a una sucesión de imágenes, a 24 cuadros por segundo. Actuar no era indispensable. Lo que importaba era ese encanto especial, que algunos llamaron It, sex-appeal, charm o glamour, según cambiaron los tiempos.
¿Al final? Teníamos una estrella.
Ava, Rita, Marlene, Greta...más que mujeres eran leyendas vivientes. ¡Qué tiempos serían aquellos, cuando del tosco barro del cual fue hecho el hombre surgieron esas míticas figuras, distinguidas con un barniz especial!
La memoria nos lleva entonces a las piernas de Marlene Dietrich, enfundadas en medias de seda en El Ángel Azul; o al revolotear de la falda de Marilyn Monroe en La comezón del séptimo año; al guante negro de Rita Hayworth en Gilda; a la luminosa sonrisa de Greta Garbo en Ninothka; o a una Jean Harlow, sucintamente vestida, que pide permiso para ponerse "algo más cómodo" en Ángeles del infierno...imágenes imperecederas, legadas a la fantasía del cine como recuerdo de esas extraordinarias mujeres.
La muerte las ha alejado del mundo terrenal, más no de las mentes de los cinéfilos, muchos quienes ignoran sus existencias azarosas, llenas de vacíos emocionales y afectivos, golpeadas paradójicamente por el personaje que ayudaron a fabricar. A pesar de su aparente decrepitud y estigmatizadas por las huellas del tiempo sobre sus cuerpos, aún se conservan frescas, jóvenes y radiantes en los archivos fílmicos, siempre dispuestas a representar una y otra vez su papel en las pantallas.
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