Todo comenzó con la mirada enigmática, enmarcada por unas ojeras profundas, que observaba sin ver desde las dimensiones reducidas de un afiche. La voluptuosidad femenina se desbordaba en una imagen de lo que el Hollywood de los años veinte suponía como una reina egipcia. El rebuscado exotismo, lo recargado de la ambientación, no desviaban la atención de sus ojos penetrantes, de “mujer de mundo” forzada por el disfraz que “El Hombre” le había asignado para ocultar sus propios miedos ante la figura femenina.
¿Quién era? La pregunta no encontró respuesta fácil, a pesar de su prolongada popularidad como referencia de mujer fatal. La vampiresa devino en personaje harto estudiado como ejemplo de la transmutación del ideal femenino en contraposición a las vírgenes, virtuosas y decentes que poblaron el cine de los primeros tiempos. Era la “otra mujer”, siempre a la búsqueda de nuevas víctimas a quien esclavizar con el arma de su pasión devoradora.
Desde entonces, la obsesión tomó cuerpo de mujer. Surgieron nombres inesperados: Theda Bara, la Cleopatra que nos miraba desde la blancura contradictoriamente inmaculada de la pared; Asta Nielsen, Lya de Tutti, Louise Brooks, Bárbara La Marr, Valeska Surat, Brigitte Helm, Francesca Bertini, Lyda Borelli, Pina Menichelli, Musidora… hasta llegar a los más conocidos: Marlene Dietrich, Gloria Swanson, Greta Garbo, Jean Harlow y Mae West.
Seductoras de celuloide, atrapadas en esa curiosa aventura a 24 cuadros por segundo que nos inmoviliza ante una gigantesca pantalla cinematográfica. A ellas, víctimas y victimarias, este homenaje, mínima síntesis del por qué de su existencia. Para leer más, haz click aqui
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