En junio de 1986, mientras cursaba la cátedra Práctica Profesional II, para obtener la licenciatura en Comunicación Social mención Periodismo Impreso, se me ocurrió realizar una entrevista a Emerio Darío Lunar para cumplir con una de las actividades asignadas en el curso. No era la primera vez que lo hacía, pues cada vez que por alguna razón no encontraba un personaje acorde para los ejercicios reporteriles requeridos, acudía a él, quien siempre fue receptivo a mis solicitudes. Lamentablemente, esta información nunca fue publicada y es hoy, venticinco años después de aquella conversación y veinte posterior a su muerte, cuando me he animado a compartirla con ustedes. Espero les guste.
Emerio Darío Lunar: "Maracaibo empieza a aceptarme"

"Realmente, me fue muy bien", dice con humildad, con su hablar casi ininteligible y su gesticulación característica. Su figura nos recuerda en algo a Reverón, ese mago de la luz: barba poblada y pelo largo entrecano, sin camisa y con esa mirada triste, difícil de olvidar, en la cual parece querer esconder los mil y un secretos. Tal vez por ello, en su última visita a Caracas, se escudó todo el tiempo detrás de unos anteojos oscuros que sirvieron de inspiración a RAS para una estupenda caricatura, publicada en su columna en el diario El Nacional.
Su casa se asemeja a un museo, con cuadros tapizando todas las paredes. Y desde ellas, sus mujeres, mirándonos. "Son como mis hijas", nos dijo alguna vez. Ahora las vemos recostadas, sentadas, de pie, pero siempre con esa mirada vaga, curiosa, impenetrable... ¿La mirada del pintor, tal vez?

"Me estoy haciendo publicidad", bromea. Y su risa llena toda la habitación; más allá, su hermana María nos mira, como queriendo intervenir en la conversación.
- ¿Proyectos? Tal vez haga una exposición en octubre en la galería Euroamericana, en Caracas. Ambrosino (el dueño de la galería)está interesado en hacer otra en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (MACC), pero desea obras grandes y yo no las quiero hacer.
Lunar ha vendido todos los cuadros recientes, luego de tenerlos apilados un buen tiempo en su casa y se siente complacido por ello. No quiere trabajar demasiado. "Me duele mucho la vista y me voy a quedar ciego pintando", se disculpa, mientras da otra mirada a la mujer del cuadro.
Cabimas es nuevamente visitada por el sol zuliano, cuando el pintor retoma sus fantasmas y nosotros nos alejamos de su casa-museo.